Prevenir que un niño sea excesivamente rebelde o desobediente, o bien volver a encauzar al niño que ya lo es, es total responsabilidad del adulto a cargo. En este blog hablaremos de los procesos que sigue el niño y las acciones que deberemos ejecutar para romper con esta conducta. El propósito es ayudarte a que tus hijos te hagan caso, siguiendo una serie de pautas psicológicas que evitarán disgustos y un ambiente familiar tenso.

Las madres, padres, abuelos y educadores son las/los “Pepito grillo” de los niños, la voz de la razón, el modelo ejemplar y la mejor guía. Si bien inicialmente nuestro objetivo es servir de compañía y aportar con correcciones de conducta, a medida que van creciendo, nuestra labor se adapta a intentar describir, explicar y ayudar a que nuestros niños, poco a poco, sean conscientes de las consecuencias de sus actos. Nuestro principal objetivo será siempre el de ayudar y aportar con herramientas para que nuestros hijos puedan desenvolverse de manera segura e independiente.

La edad del niño marca la forma en que los padres deben manejar la desobediencia y la rebeldía. El objetivo es que el niño vaya adquiriendo capacidades que le permitan comunicarse e integrarse en el entorno en el que vive. Debemos saber que la desobediencia es normal en todo este proceso. El niño está descubriendo los límites de su entorno, diferenciando lo correcto, de lo incorrecto, lo que se puede y lo que no se puede hacer. Pero el niño no puede encontrar por sí solo estas respuestas, somos los adultos quienes tenemos que guiar y ayudarles.

Muchas veces tendemos a decir: “¡qué desobediente!” o “¡qué rebelde es este niño!”, en momentos donde en realidad está inmerso en el disfrute de la exploración y descubrimiento. Lo que debemos tener en cuenta como padres es que el niño, cuando es pequeño, no tiene como motivación molestar, sino explorar, y para ello tiende a utilizar el potencial de sus sentidos. Dejar que explore dentro de sus límites es sano para el desarrollo de su autocontrol.

A los 3 años comienza la etapa de la comprensión de palabras y oraciones, cambia nuestra manera de comunicarnos con los niños. Si queremos educar a nuestros hijos de esta edad y hacer que nos comprendan, las frases deben estar enfocadas de manera afirmativa, ya que esto les permite comprender mejor los acontecimientos; por ejemplo: en lugar de decir “no tires tus juguetes”, es mejor decir “deja los juguetes en la caja, o dáselos a mamá”. Cuando el niño hace lo que le pedimos, siempre hay que acabar con un elogio por su buena conducta, un “gracias” o un “muy bien” serán recibidos gratamente por el niño. Así mismo, en esta edad el niño es mucho más receptivo en comparación a etapas anteriores, de modo que comprenderá que ha dado alegría a mamá y a papá, se sentirá feliz y querrá volver a lograr ese sentimiento.

Cognitivamente, los “NO”, solo se comienzan a entender a los 3 años. Por eso es importante tener en cuenta qué es lo que podemos pedirle a un niño de 3 años, puesto que a medida que crece, las normas se harán cada vez más complejas. Un niño de esta edad debe ser capaz de: recoger sus juguetes solo o con muy poca ayuda, no interrumpir a los adultos, ir al baño con ayuda, ir de la mano por la calle, lavarse los dientes, vestirse solo, responder a la primera en instrucciones como irse a la cama, dejar de ver la televisión, decidir ir a ducharse, ayudar a hacer su cama, no golpear, no gritar al hablar, escuchar mientras le hablan, entre otras. Por eso la actitud de los padres debe ser firme pero afectuosa.

Una manera de hacer que el niño aprenda a seguir instrucciones y posteriormente incorpore el concepto de obedecer, es hacer hincapié en explicar que los adultos son los que deciden, ya que está bajo su cuidado. Es importante que seamos coherentes, firmes y afectuosos en el momento de enfrentar diversas situaciones y poner los límites en el momento adecuado manteniendo la calma. La coherencia es la base del respeto y de la seguridad con los niños. Es importante hacer un muro frente a los niños, es decir, que tanto mamá como papá tengan la autoridad de crear los hábitos. Esto significa que no se debe devaluar a ninguna de estas figuras frente al niño.

Finalmente, para poder establecer rutinas y hábitos es necesario que ambos padres diseñen un listado con actividades y normas a seguir en casa. Estas deben incluir horarios de baños, alimentación, juegos en solitario del niño y juegos de los padres con ellos, de las comidas, de ir a dormir, de salir de paseo, de cuentos, etc. Es importante que las normas sean pocas y ajustadas a la edad, lo ideal es acompañar estas rutinas con símbolos o rituales, por ejemplo: para leer el cuento el niño tiene que estar bañado, con pijama y metido en la cama, si no es así… NO HAY CUENTO, aunque llore y patalee. Sabrás que, dependiendo de las circunstancias, algunas rutinas son más o menos difíciles de llevar a cabo, por eso es necesario dejar abierta la posibilidad de flexibilizar. Así, poco a poco, los niños van a ir reconociendo los límites de la obediencia y adquiriendo seguridad en sí mismos y con sus padres.

Referencia web: www.serpadres.es

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